“Las deudas son como cualquier otra trampa en la que se es muy fácil caer, pero de la que es dificilísimo salir”. –George Bernard Shaw.
Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), los aliados organizaron la famosa Conferencia de Bretton Woods, la cual tenía como objetivo sentar las bases del orden mundial de posguerra, especialmente en el ámbito financiero. Estos acuerdos se basaron en las lecciones aprendidas de la Gran Depresión y en la determinación de crear un sistema de comercio internacional basado en normas ampliamente aceptadas.
El patrón oro, que había prevalecido hasta entonces, fue reemplazado por tasas de cambio estabilizadas, las cuales estaban controladas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), creado en 1944 durante dicha conferencia.
La consolidación de bloques económicos que se había estado gestando antes de la guerra intentaba ser evitada mediante la eliminación de todas las fronteras aduaneras.
Esta intención tomó forma institucional en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Además, con el fin de fomentar y mantener el gran negocio de las transferencias financieras desde Estados Unidos hacia los países más afectados por el devastador conflicto mundial, se estableció en 1944 el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, conocido hoy como el Banco Mundial.
Es difícil afirmar que el Acuerdo de Bretton Woods no tuviera buenas intenciones en el momento de su creación y firma. Sin embargo, muchas naciones subdesarrolladas o pertenecientes al llamado Tercer Mundo seguían estando bajo el yugo colonial de las potencias que promovían el acuerdo.
Por otro lado, la confirmación de la hegemonía política, económica, financiera y tecnológica mundial de los Estados Unidos puede vislumbrarse como su mayor ganancia resultante de la guerra.
Este país pudo mantener un sistema productivo intacto, así como un proceso de expansión y modernización sin parangón en la historia. Además, demostró una enorme capacidad financiera al proporcionar la mayor parte del dinero necesario para la reconstrucción de Europa y el acrecentamiento de sus influencias en los principales círculos de poder de sus socios. De esta manera, las élites económicas, especialmente las vinculadas a la poderosa industria militar estadounidense, decidieron que el nuevo sistema monetario operara en su propio beneficio.
Mientras tanto, los aliados incondicionales de los estadounidenses, como los británicos, no dudaron en hacer concesiones para asegurar el apoyo financiero de sus tradicionales aliados. Y lo consiguieron. El nuevo sistema monetario internacional terminó reflejando esencialmente los intereses de Estados Unidos y, posteriormente, de los países que formaron la alianza occidental actual.
El oro fue desplazado como moneda internacional, no se logró la meta de una moneda internacional única (como sugería Keynes en ese entonces), y el dólar no solo llegó a dominar la mayoría de las transacciones comerciales e inversiones en el mundo, sino que también se consolidó como un instrumento de expansión económica y militar, además de una poderosa herramienta de subordinación política de las naciones atrapadas entre la pobreza y los pobres estilos de gestión política nacional.
El sistema comercial con menos restricciones, especialmente exigido a las economías más débiles, junto con el derecho de las antiguas potencias coloniales a invertir en cualquier mercado del mundo, la mayoría de las veces en condiciones leoninas, afirmaron el poder ilimitado de las corporaciones transnacionales y la supremacía económica, militar y tecnológica de Estados Unidos.
En el trasfondo del declive del sistema de Bretton Woods en la década de los sesenta, junto con una disminución relativa en la preeminencia económica de Estados Unidos y cierto desgaste de su fuerza industrial, surgía la búsqueda entre las élites occidentales de esquemas que les proporcionaran beneficios considerables a costa de sus competidores.
Es en este contexto donde comenzaron a perfilarse los primeros cimientos del mercado del eurodólar en los años sesenta, aunque ya en una fecha anterior, el 28 de febrero de 1957, se efectuó la primera transferencia de 800,000 dólares, marcando así la creación del primer depósito en eurodólares, un hito fundamental en la formalización de dicho mercado.